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jueves, 31 de marzo de 2016

MENSAJERO DE LUZ


Levantó el vuelo agitando sus alas sobre afiladas puntas de lanza, ante la caída de miles de dragones de fuego que apagaban la luz diurna difuminandola  hasta convertirla en sombra. Para que en la oscuridad una antorcha divagante portada por un guia alumbrara una femenina sombra depositando el libro de los secretos ocultos de las fuerzas del bien y del mal, en un inhóspito altar.
Libro que al abrir desató todos los infiernos en cruentas batallas en las que se  deliberaban sobre el poder que cada cual debía asumir y podía desempeñar. Fuego, muerte y destrucción, templos arruinados a golpe de desazón. Heridas mortales de necesidad entre cristales rotos y escombros de una civilización que empuñó una daga maldita. Resumen en un desierto de recuerdos entre fotografías y armas de fuego, que humeaban con el paso firme del que lo atraviesa quemándose en cada huella que deja atrás. Eludiendo la desconcertante sombra que le obliga a recoger la herramienta del caído mientras  maldice la desolación que encuentra en un mar de dunas y dudas ante el que no se amilana. Con fuerza y tesón atraviesa ciudades destruidas con las puertas cerradas a la esperanza, que no pierde mientras se cae y se levanta, cayendo en un pozo sin fondo del que consigue salir con el piolet inquebrantable del corazón, para retomar la incansable búsqueda que finalmente aparece a lomos de un corcel que le lleva a encontrar nuevos aliados junto a los que volverá a utilizar las herramientas del caído, para terminar lo que él no pudo. Él, que portaba la antorcha, ella que depositó el libro en el inhóspito altar y la esperanza que encontró en el camino junto con sus nuevos aliados se reunieron para de nuevo hacer luz. Para surcar los mares y cielos azules plagados de vida, que de nuevo recorrerán el pacifico equilibrio que nada había de perturbar. Volviendo los días y las noches tranquilas con el vivo recuerdo de lo que allí les había conducido. La codicia, el progreso, la tecnología que no todos entendían y que a fin de cuentas en poco se resumía. Una célula, un átomo. El principio que nos trajo a la vida y el fin que nos llevó a la autodestrucción. Silabas en una tormenta de palabras que se disparan en carrera, por una carretera que nadie sabe a donde conduce, ni por donde transcurre. Con lineas continuas que continuamente son rebasadas sin pudor, alineados los aliados con la certeza de que el fin no siempre justifica los medios se dirigen a la cima que enrojecida por la sangre de los que se han quedado en el camino, espera imperturbable la llegada del que sea capaz de llegar a abrir sus alas para dar cobijo a la inusual igualdad que debe prevalecer para mantener ese equilibrio que algunos pretendieron encadenar. La libertad que ahogaron con botes de humo, los gritos que callaron con mordazas, la paz que abolieron con absurdas normas de conveniencia o las miradas rotas por el ojo del cañón de una pistola que no aciertan a encontrar un sitio que les ha sido arrebatado en una cascada de despropósitos de privación. Rabia, coraje y perseverancia, en manos encalladas que han meditado la situación y siguen dispuestas a prevenir que no se vuelva a disponer la disposición arbitraria por los ogros que adquieren su fuerza de la debilidad de otros.

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