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domingo, 22 de noviembre de 2015

Desde el umbral de la luna

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Sentados en el umbral de la Luna, observabamos como era el declive del planeta tierra que poco a poco lo transformaba en precipicio. Un paraíso idílico en esta galaxia donde un día fué posible la vida, miles de formas de vida que convivían en armonía, donde unas especies se sustentaban de otras, manteniendo un equilibrio casi perfecto. Similar al que existe en el resto del universo. Un lugar donde las distintas especies evolucionaban de forma individual. Extingiendose unas y dando paso a otras. Hasta que llegó una en particular, la que más evolucionó, adquiriendo actitudes y aptitudes propias de una formidable proporción. Una especie que se hizo realmente fuerte, tan fuerte que fué capaz de comenzar a dañarse a si misma. Además de contribuir a la extinción de otras tantas e incluso ser capaz de destruir su medio y el de las restantes especies que habitaban. Que dejo de guiarse y respetar las leyes universales de la creación y creo las suyas propias, haciendo enfermar a un planeta hoy agonizante. Hemos visto como se desangraban entre ellos y como son capaces de hacer sangrar al planeta, asfixiarlo con sus acciones, desmembrarlo por placer y codicia. Con una inteligencia que les ha superado y que les ha llevado a la autodestrucción. Sentados en el umbral de la Luna, vemos pasar paginas de un libro que se escribe a diario relatando cual atrocidades son capaces de perpetrar sin llegar a medir sus consecuencias. Donde crece la vida y de igual manera se extingue, donde fluye el amor con la misma fuerza que el odio, un lugar en que se respetan más las prioridades de unos pocos, en lugar de hacer proliferar el bienestar común. Donde la opresión está por encima de la razón. Una civilización incivilizada que atenta a diario contra los propios valores de esta y todas las formas de vida.
Incluso habiendo quien pretendiendo evitarlo, por ser capaz de discernir las consecuencias, es reprimido incluso con brutalidad. Por algunos a los que han otorgado el derecho a decidir por ellos. Por suerte desde el umbral de la luna, los ruidos son silenciados. Y no se escuchan los gritos y llantos de dolor de los que sufren, ni el sonido de balas y proyectiles, ni el crepitar del planeta que se desgrana por la ausencia de solidaridad. La temerosa sombra de la oscuridad invade los corazones de los que se llaman humanos, invadiendo los sueños de los que quieren evitar a toda costa esa realidad.  Me pregunto hasta que punto la conciencia humana es conciencia y no inconsciencia, quizás si pudieran sentarse a nuestro lado y contemplar el desastre que llevan ocasionando, casi desde su aparición. Adquiririan una nueva trayectoria menos autodestructiva o menos dañina. Pero solo quizás.

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