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sábado, 22 de diciembre de 2012

La ilusión en el tiempo

El horizonte pinta de color de alga. El sol se despereza en la parte alta de la colina, mientras toma fuerza, las legañas caen entre bostezos y agua fría. Un cosquilleo nervioso, recorre el estomago mientras entra el colacao con magdalenas o galletas. 3 barras de pan de "medio" en bocadillos de "jamón dulce" con mantequilla y chorizo en pan con tomate, embueltos en papel albal. A las 7 de la mañana comienza la expedición. 3 kilometros de caminata, para empezar a relajar los nervios provocados por  el entusiasmo, que lejos de relajarlos...a cada paso son más acentuados. 1 km hasta el castillo, 500 m. de bajada de las escaleras, para el que las quiera   ( yo prefiero atajar montaña abajo por el sendero de cabras) y 1´5 km de inolvidables olores a humedad y barrio obrero,olores que se mantienen en el tiempo de mi memoria,Que aún permanece fuera de bullicio.
No hay carreras, pero si prisa....1 hora de paseo y ya se ven los trenes azules entre las rejas que rodean la estación. El olor característico de la grasa, la estructura de una vieja locomotora coronando una pequeña glorieta, el sonido de los altavoces anunciando la inminente salida o reciente llegada de algún comboy o cercanías. Estamos a menos de medio camino de nuestro destino. En la taquilla 6 billetes de ida y vuelta, la niña no paga. Sobre el andén los cestos de mimbre, las bolsas de toallas, el sol ya saludando con calidez. 30 minutos de espera  desesperante deseando escuchar por megafonía "entrada del cercanías con destino Ocata por el andén nº 2..." . Todos arriba, carreras y empujones para conseguir un asiento de ventanilla, 10 minutos de demora y otros 30 hasta destino. Por fin sale el tren. Abandonamos la estación que cada vez se hace más grande, vías que se abren hacia uno y otro lado, asemejando una especie de abanico que se abre, como se abre nuestra ilusión. El traqueteo del tren comienza a hacerse constante y su ritmo se acelera, al igual que nuestras constantes. Las sonrisas invaden el vagón, impregnándose de la brisa salada que penetra por las ventanas abiertas por las que acariciamos al aire y al cual dejamos que nos acaricie las mejillas y nos peine hacia atrás.
Verdes huertos, fabricas grises, carreteras transitadas, van quedando atrás perseguidas con la mirada. Entramos en el primer túnel, oscuridad con aroma de carbonilla, vienen más y cuando vamos por el tercero o cuarto, a través de los túneles de ventilación comienza a  divisarse a ráfagas, pinceladas de mar. Primero acantilados, después rocas cada vez más a nivel del mar, más tarde la costa y por fin nuestro ansiado destino.
Una playa rocosa en los costados, llena de algas y casi despejada a primera hora de la mañana. El sol ya se hace aliado y la espuma de las olas nos da la bienvenida. La arena aún está fría y la invadimos a golpe de carrera extendiendo las toallas y despojándonos de todo lo que no sea el bañador. El chapoteo en la orilla nos advierte de la temperatura del agua, pero el miedo no ha venido. Tras el primer baño, comienzan los tiritones, que se disipan con el juego del balón y alguna que otra carrera hundiendo los pies en la arena, que poco a poco parece hermanarse con el sol. Pasa el tiempo que parece hacerlo a la carrera, comiendo bocadillos manchados de arena, las manos arrugadas y la piel de gallina. No podemos evitarlo, atrás quedaran las olas, las volteretas en el agua y la energía derrochada.
Día de batallas y liberación, de alegrías y chapuzones, día para recordar. Día que se envidia cuando se llena de añoranza y melancolía.

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